viernes, noviembre 24

Comentario al Programa de mano del CONCIERTO en Honor de Stª. Cecilia (BAEZA 24/11/06)


La “Zarzuela” y el “Género Chico”

Es la zarzuela, por sus características, un género único, el género lírico español por excelencia. En ella encontramos plasmada la idiosincrasia del pueblo español y algunas de las peculiaridades de las diferentes regiones y comunidades que lo integran.

En la primera mitad del siglo XVII, en España, Pedro Calderón de la Barca aporta al género lírico obras como El Jardín de Falerina (1648), El golfo de las sirenas (1657), El Laurel de Apolo (1658) o La púrpura de la rosa (1660), que abandonando los modos italianos van a utilizar aires de folklore español, como las seguidillas y otros aires musicales de nuestras tierras. Algunos autores señalan estas obras como las primeras producciones que bien pudiera denominarse "zarzuelística".

Nacerá la Zarzuela bajo la protección de la corte de Felipe IV.
En el Alcázar Real y en el Buen Retiro se organizaban fiestas en donde se conjugaban el diálogo y la música, debidas a la pluma de Lope de Vega, como La selva del amor, cuya partitura pertenece a un autor desconocido.

En 1622, el conde de Villamediana (poeta), pone en escena en el Palacio de Aranjuez, una comedia con música de Mateo Romero, maestro de la capilla Real, titulada La gloria de Niquea.

A pesar de estos antecedentes, sigue siendo Calderón quien goce del privilegio de ser considerado el primer autor de zarzuelas, con obras como Celos aún del aire matan o La púrpura de la rosa, entre otras muchas.

La característica esencial de la zarzuela, y que la distingue de los otros géneros cultos, es la combinación del diálogo con el canto. La zarzuela es una obra de teatro en donde se insertan números musicales en momentos claves de la obra

ORÍGENES y DESARROLLO

Su nombre deriva del palacio del mismo nombre situado en el Real Sitio de El Pardo (el nombre de "Zarzuela", dado al palacio, parece ser que se originó por derivación del nombre que se daba al paraje en donde fue construido, por estar este cubierto por gran cantidad de espinos y zarzamoras), mandado construir por Felipe IV en el siglo XVII

Los días en que la Corte no podía salir a cazar se contrataban compañías de cómicos para amenizar las veladas. Allí, estos presentaban a los monarcas sus nuevas obras. Estas fiestas, denominadas "fiestas zarzuela", comenzaron a hacerse célebres. En ellas se estrenaban obras en las que se intercalaba la música con el diálogo.


Estas fiestas zarzuela simbolizan el gusto de la Corte por las costumbres populares.
En 1658 se pone en escena en la capital otra obra de Pedro Calderón de la Barca, la loa El laurel de Apolo -de compositor desconocido-, representada en el Teatro del Buen Retiro de Madrid, en donde aparece el personaje de la "Zarzuela", que tanta trascendencia ha tenido con posterioridad.

Por los gustos cortesanos de esta primera época (S. XVII), los temas de este tipo de obras son, en su mayoría, mitológicos, con personajes heroicos que se mezclan con dioses, semidioses, reyes y ninfas. Ello se observa en títulos tales como Acis y Galatea, Hércules furente y matarse o morir o Los desagravios de Troya.

Con la llegada a España de la dinastía borbónica, en la primera mitad del S. XVII, Felipe V y su esposa Mª Luisa Gabriela de Saboya, (los nuevos monarcas desconocen el español y están rodeados de ministros y validos italianos), aparece el consiguiente declive del género zarzuelístico que había empezado a tener importancia.

Autores importantes del siglo XVIII son Antonio Zamora y José de Cañizares y entre los músicos más prestigiosos se encuentran Sebastián Durón, José Nebra (1707-1768) y Antonio de Líteres (1673-1747), compositores de la Casa Real.

El 1745 se inaugura el Teatro del Príncipe, en el antiguo Corral de la Pacheca, con una zarzuela de Cañizares y Nebra, Cautelas contra Cautela. También los teatros de la Cruz y del Príncipe albergaron durante el XVIII a la zarzuela como estilo teatral.

En la segunda mitad del XVIII, Ramón de la Cruz, con sus sainetes que serán musicados, reaviva el género y le da el rasgo costumbrista que le caracteriza, al plasmar la vida cotidiana del Madrid castizo, el elemento popular y el realismo en obras como Las segadoras de Vallecas, Los zagales del Genil, Las foncarraleras y El licenciado Farfulla, entre otras, esta con música de Antonio Rosales.

El género va tomando importancia hasta el punto de que los compositores se plantean la ampliación de las orquestas, no sólo en número de instrumentos de los ya existentes, sino también en variedad de ellos.

A mediados del siglo XVIII, aparece la tonadilla escénica (un tipo de breve ópera cómica, con melodías y material musical del folklore español), un género muy querido por el público de la época y cuya práctica se extendió por España durante más de medio siglo.

La tonadilla escénica se caracterizaba por la flexibilidad en el número de actores pues, en ocasiones, podía ser uno sólo, pero podía llegar a una docena. Por este motivo a veces se oye hablar de "tonadillas a solo", "para varios", "a dúo", "a trío"... y sus números más característicos eran la introducción, las coplas y las seguidillas de remate. En algunas, y de forma excepcional, se insertaban coros. Desapareció alrededor de 1850 llegando a su total olvido.

Pero la época de esplendor del género no tiene lugar hasta la segunda mitad del siglo XIX, momento en que comienzan a construirse teatros y a remodelar y acondicionar los ya existentes, y así, en 1849, una orden del ministro de la Gobernación, el Conde de San Luis, establece la reforma de los teatros de Madrid y su cambio de denominación, con lo que el del Príncipe pasa a ser el Español; el de la Cruz, el Teatro del Drama; el del Instituto, el de la Comedia y, el del Circo, el Teatro de la Ópera. Fue en los teatros del Instituto y de la Cruz en donde se iniciaron las campañas que darían a la zarzuela su forma final.

En 1849 se estrena La mensajera, del tudelano Joaquín Gaztambide. Este autor, que creía en principio que la zarzuela era únicamente la tonadilla ampliada, tuvo que convencerse de lo contrario, pues esta obra fue anunciada como zarzuela desde su cuarta representación.

Esta nueva época del género se origina con Cristóbal de Oudrid. Muy importante en su momento fue su obra El postillón de la Rioja, que se estrenó en el Teatro del Circo el 7 de junio de 1856. De este autor se recuerda esencialmente una obra de concierto, Los sitios de Zaragoza, obra conocida actualmente en singular, El sitio de Zaragoza, en donde motivos de jota se ven salpicados con unas fantasías sobre temas militares. Le siguieron otros autores: Gaztambide, Joaquín Espín y Guillén, Mariano Soriano Fuentes, Mateo Albéniz y Ramón Carnicer, llegando el género a su perfección con Francisco Asenjo Barbieri con zarzuelas como Jugar con fuego, Pan y toros y El barberillo de Lavapiés y con Emilio Arrieta y su Marina, adaptada posteriormente como ópera.

Barbieri y Arrieta son los autores que refuerzan, a mediados del XIX, la zarzuela grande y, cuando en 1856 se inaugura el Teatro de la Zarzuela, más conocido en su época como "el teatro de la calle Jovellanos", el género lírico ya era aceptado y se había consolidado como tal.

Uno de los mayores éxitos y bien pudiéramos decir que la consolidación del género como tal tuvo lugar con El barberillo de Lavapiés, del maestro Barbieri, su obra más elaborada, que fue estrenada en el Teatro de la Zarzuela el 18 de diciembre de 1874 y cuyo libreto se debe a Luis Mariano de Larra, hijo de Mariano José de Larra, Fígaro.

De entre las zarzuelas grandes más destacadas estrenadas en la segunda mitad del XIX, cabe citarse:
- Catalina (1854) y Los Magyares (1857) de Gaztambide;
- Jugar con fuego (1815), Pan y toros (1864) y El barberillo de Lavapiés (1874) , de Francisco Asenjo Barbieri;
- Marina (1855) de Emilio Arrieta;
- Los sobrinos del capitán Grant (1877), de M. F. Caballero;
- La Tempestad (1882), La bruja (1887) y El rey que rabió (1891), de Ruperto Chapí;

No de menor importancia fueron los libretistas de estas obras: Ventura de la Vega, Luis Mariano de Larra, Francisco Camprodón, Antonio García Gutiérrez y Javier de Burgos, entre otros.

En la década de los 60 del siglo XIX surge el "teatro por horas". La peculiaridad de éste es que se ponían en escena obras de una hora de duración cuatro veces al día los días laborables. La primera sesión comenzaba a las 20:30 h. y la última a las 23:30 h. Los días festivos se representaban, en función de tarde, zarzuela de gran espectáculo y complicada tramoya, como Los sobrinos del capitán Grant de Manuel Fernández Caballero, basada en la obra de Julio Verne.

Surge así el GÉNERO CHICO. Su única diferencia con el género grande no estriba en que las primeras tuviesen menos calidad literaria y musical, al contrario, eran piezas exentas de chabacanería y su denominación se debe únicamente a su extensión: se denomina género grande a la obra que consta de dos o más actos, mientras que el género chico es una zarzuela en un acto dividida en cuadros a manera de breves estampas de saber popular.

Su apoteosis es vivida esencialmente en el Teatro Apolo, conocido por este motivo como "la catedral del género chico". Allí, y en la denominada "cuarta de Apolo" (sesión que comenzaba a las 23:30h.), se estrenaron las mejores obras del género, como El año pasado por agua (1889), con libreto de Ricardo de la Vega y música de Federico Chueca.

En este teatro (y pronto se extienden a todos los teatros de la capital) se muestran representaciones sin grandes complicaciones argumentales, obras del "género chico", en donde esencialmente se nos plasman ambientes del Madrid de la época. Entre sus personajes destacan aguadoras, guindillas (policías -"la autoridad"-), chulos, niñeras, ratas (ladronzuelos, esencialmente carteristas, que trabajaban en los tranvías y otros lugares concurridos), etc. Ejemplos de obras en donde aparecen estos personajes bien pudieran ser Agua, azucarillos y aguardiente y La Gran Vía, ambas de Federico Chueca. En esta última obra encontramos la simpática y conocida "Jota de los ratas" .

Existe una anécdota surgida a raíz de esta composición: A Federico Chueca le robaron en el tranvía su cartera. Cuando "los ratas" descubrieron quién era el dueño de ella se la enviaron a casa "casi" intacta y con "algo" añadido. Casi intacta, porque la devolvieron con todo el dinero y con algo añadido porque en su interior introdujeron una nota en la que decían que se habían quedado con su foto de recuerdo, por lo bien que los había tratado en su obra y con veinticinco pesetas de más en concepto de "compra de la foto".

De 1890 a 1900, la época de plenitud de género, se ponían en escena obras de estas características en once teatros madrileños. En este período llegaron a estrenarse más de mil quinientas zarzuelas.

El año que señala la cumbre en la historia de la zarzuela es 1894, cuando se estrena La verbena de la Paloma de Tomás Bretón, a la que le siguen éxitos como El cabo primero de Arniches y Caballero; Agua, azucarillos y aguardiente, de Chueca; La Revoltosa, de Chapí; La fiesta de San Antón y El santo de la Isidra, de Arniches y López Torregrosa o La chavala, de Chapí.

El género chico, que había nacido en 1867 en un teatrillo de la calle de la Flor llamado "El Recreo" cumple en Apolo su mayoría de edad. ¿Quién iba a decir que la idea de ofrecer teatro por secciones en vez de función completa que duraba cuatro o cinco horas iba a satisfacer tanto al público, a quien entretenían durante una hora, dándoles la oportunidad de aprovechar el resto de la noche en otros menesteres, pudiera llegar a tener tanto éxito?

En 1898 se estrena Gigantes y cabezudos, de Manuel Fernández Caballero y libreto de Miguel Echegaray.
Acababa de perderse una guerra, la de Cuba, y los soldados iban volviendo a la patria. Todos eran recibidos con honores: unos venían mancos, otros cojos, otros ciegos. La mayoría de ellos incapacitados para volver a trabajar, enfermos... Y Fernández Caballero y Echegaray aprovecharon esta coyuntura. En el momento en que el coro tenía que salir a escena lo hizo desde la parte trasera del patio de butacas y fueron adentrándose por él hasta subir al escenario. El número fue impactante porque, de la manera que los habían caracterizado, el público creyó que eran realmente soldados venidos de la guerra de Cuba y cuentan las crónicas que hubo lágrimas en el patio de butacas.

Ya entrados en el siglo XX nos encontramos con bellas obras fruto de autores como José Serrano, autor de La canción del olvido o La Dolorosa y de partituras de ambientación diversa como La reina mora, Alma de Dios, Los claveles o Moros y cristianos.

La llegada de este nuevo siglo trae también un cambio de mentalidad en el público y, aunque en la primera década aún siguen poniéndose en escenas obras de género chico, poco a poco va siendo relegado a un segundo término, hasta hacerlo desaparecer, como había sucedido con la zarzuela grande, que se había apagado en el último tercio del siglo anterior.

En este momento se crean obras como Las Golondrinas, compuesta por el jovencísimo José Mª Usandizaga, que fué un éxito rotundo y clamoroso, casi sin precedentes en la presentación de una zarzuela.
En los anales del género están El niño judío (1918), de Pablo Luna y Doña Francisquita (1923), de Amadeo Vives.

Otra obra de importancia es La leyenda del beso (1924) de Reveriano Soutullo y Juan Vert. También importante y de estos mismos autores es El último romántico (1928), obra que se sitúa, históricamente, a finales de la Primera Guerra Carlista

A Francisco Alonso debemos La calesera (1925) y La parranda, con su célebre "Canto a Murcia" (1928), entre otras. Su aportación a un género que tuvo repercusión en los años 40-50, la revista fue Las Leandras con sus famosos números "Pichi" y "Los nardos", a los que dió fama internacional Celia Gámez.

De Jesús Guridi nos ha quedado en el repertorio El caserío (1926); de Jacinto Guerrero, Los gavilanes (1923), El huésped del Sevillano (1926), basada en La ilustre fregona, de Cervantes o La rosa del azafrán (1930). De Federico Moreno Torroba, Luisa Fernanda (1923) y La Marchenera. De Manuel Fernández Caballero: La viejecita y El dúo de "La Africana". De Ruperto Chapí: El tambor de granaderos, La patria chica, La bruja, Cádiz y La revoltosa. De Tomás Bretón: La verbena de la paloma y su ópera, La Dolores. De Federico Chueca: Agua, azucarillo y aguardiente y El año pasado por agua. De Pablo Luna: Molinos de viento, Los cadetes de la reina, El asombro de Damasco y La pícara molinera. De Jerónimo Jiménez: La tempranica, La boda de Luis Alonso y El baile de Luis Alonso. De José Serrano: La dolorosa y Los claveles.

Muy importante dentro de los compositores de zarzuela grande es Pablo Sorozábal con obras como Don Manolito o Black, el payaso, pero posiblemente su nombre se hubiese extinguido con el tiempo, como el de otros tantos cientos de autores, si no llega a ser por tres obras de gran importancia: Katiuska (1931), La del manojo de rosas (1934) y La tabernera del puerto (1936).

En una entrevista le preguntaron a Sorozábal: "Maestro, ¿de la música se puede vivir?". A esto contestó muy serio: "No, no se puede vivir. Yo he tenido una gran suerte y he podido vivir bien, durante casi toda mi vida, a costa de tres mujeres". El entrevistador enmudeció y no supo qué más decirle. Pero el maestro, muy divertido viendo la expresión de su interlocutor, añadió: "Sí, he vivido muy bien a costa de tres mujeres: Katiuska, La del manojo de rosas y La tabernera del puerto."

El género fue decayendo y, salvo mínimas excepciones, desde mitad de este siglo no se han vuelto a componer más.

MARTÍN MORALES LOZANO.
Director y Compositor

BAEZA, 22 de Noviembre de 2006. Festividad de Santa Cecilia

CONCIERTO de SANTA CECILIA 2006 (Programa de mano. Portada y Contraportada)




domingo, noviembre 5

CONCIERTO CONMEMORATIVO DEL CENTENARIO DE LA INAUGURACIÓN DEL CEMENTERIO DE BAEZA








CEMENTERIO MUNICIPAL DE BAEZA


DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2006 - 12'45 h.


BANDA DE MÚSICA DE BAEZA


Director: Martín Morales Lozano